Es de noche.
Una joven de unos dieciséis años está tumbada en la arena, con los pies a poca distancia del agua del mar. Sus cabellos castaños, largos y rizados, se esparcen por su alrededor, creando la sensación de ser un halo divino.
La noche es clara, a causa de la inmensa luna que sostiene el firmamento. Ella la observa pensativa. Piensa en cómo una cosa tan natural como el cielo estrellado puede embelesar tanto a una joven de ciudad, y a la vez unas lágrimas aparecen en sus ojos, pues también se lamenta de lo idiota que ha sido, de cómo había podido dejarse engañar de esa manera.
¿Cómo ha podido? ¿Cómo se ha dejado engañar? parecía un buen chico, creía que sería su amor perfecto, su media naranja. Pero solo se aprovechaba de ella, de su vulnerabilidad, solo era un juego para él.
Cuando le llamo y escucho la voz de su mejor amiga.
Cuando se entero de que la estaba siendo infiel.
Su último adiós: “Adiós criaja, vete con tus niñerías y con tus cursiladas a molestar a otro”.
Le destrozaron definitivamente el espíritu.
Ahora, con sus ojos verdes perdidos en la inmensidad del horizonte, empieza gritar; de furia, de pena. Decide que desde ese momento todo va a cambiar, va a dejar de ser tan inocente y se va crear una coraza alrededor de su alma, para no perder la poca autoestima que le queda.
A lo lejos, escucha la voz de su madre llamándola. Nueva casa, nueva vida, nuevo instituto, nueva Esme.
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